martes, 5 de agosto de 2008

Orlando Ruiz: Una guerra entre música y droga

Jean Marcel Chéry

Pasamos junto a él una noche bohemia... de alegrías y nostalgias, de recuentos y amores. En compañía de unos amigos llegué al restaurante 5 y 6 de la Calle 11 y media de Río Abajo, donde él alegraba el ambiente. Aunque desconocía la identidad del señor que vestía un saco y corbata de colores lúgubres y pasados de moda, reconocí talento en su voz y en el trato a su guitarra. Escuchando a aquel hombre, se me ocurrió pedirle que me acompañara a llevarle una serenata a una chica que me gustaba y que vivía cerca. El aceptó gustoso.
En el camino pensaba: "Con esa voz, bien podría estar en el mejor escenario, en lugar de estar... recogiendo centavos".
Claro, yo ignoraba que acababa de contratar al ganador del León de Oro del Festival Mundial de la Canción de 1978, premio que luego se llamó el OTI de la Canción. Tampoco sabía que la marihuana, cocaína, bazuco y ­-finalmente- la piedra le habían arrebatado sus momentos de gloria a ese hombre, de pómulos salientes, cabello largo y desgreñado.
Desconocía por completo que por las canciones de ese señor, ­que unos minutos después despertaría a mi conquista (y a su familia), la disquera CBS suspendió la producción "Mi vida en canciones" de Julio Iglesias, en 1978, para darle prioridad a un sencillo de su autoría.
¡Qué serenata! Parecía un cassette en estéreo. Yo me llevé el premio, y él un par de dólares.

Pero la cosa no quedó allí, no podía dejar escapara el que pensaba era mi descubrimiento. Le quité el número de teléfono, y así localizarlo para la siguiente serenata. Fue entonces que se presentó: "pregunte por Orlando Ruiz", me dijo.
El nombre me pareció familiar. "Alguien aquí ha escuchado de Orlando Ruiz", grité en la sala de Redacción. Llovieron las respuestas. Informado ya sobre su famoso pasado, contactamos una entrevista con Ruiz.


LA "PIEDRA" NO HA AFECTADO SU MEMORIA


Con precisión asombrosa hizo una síntesis de su vida, como si la hubiera relatado muchas veces. Lugares, nombres y fechas exactas.
Su memoria no le falló: revivía con orgullo y humildad su historia.
El 21 de mayo de 1978, Ruiz saltó a la palestra mundial. Entre medio centenar de participantes de toda América, Europa y Africa, el panameño logró conquistar el Festival Mundial de la Canción, celebrado en Buenos Aires, Argentina; como parte de las atracciones conexas al Mundial de Fútbol que se jugó en ese país.
Todas las radioemisoras panameñas interrupieron su programación para dar la buena nueva: "Por primera vez un panameño gana un certamen internacional de la canción".
Fue por eso que CBS dejó en stand by el disco de Julio Iglesias. "Mi País", la canción que hizo ganar el festival al canta-autor colonense, era una papa caliente que no podía esperar. La disquera quería aprovechar la aceptación que tuvo Ruiz en toda América.
No faltaron contratos y giras. Pero esa fama repentina lo empujó a consumir cocaíca. De esa forma controlaba la presión de las presentaciones, llamadas, autógrafos, homenajes...
Los años siguientes, Ruiz alternó con los mejores: Camilo Sesto, Claudia de Colombia, Danny Rivera... Se presentó en toda América, con excepción de Venezuela y Brasil. Mientras que en Panamá el cantante era invitado a todos los cumpleaños de los ministros, coroneles y del general de turno. Esa fue su vida.


TODO CAMBIO


Con la caida del régimen militar, por la invasión de 1989, también se acabó la fama, el dinero y la influencia de Orlando Ruiz.

"Después de la invasión todo cambió para mí", comentó. Él era subdirector de teatros del Centro de Convenciones ATLAPA, pero lo botaron apenas llegó Guillermo Endara al gobierno.
"Sin empleo, no pude sostener mi hogar, perdí mi familia, mi madre murió, salí de mi casa, me quedé sin nada", dijo. Ya no le alcanzaba para la cocaína y la desgracia la tuvo que sobrellevar cogiendo peidra.

Aún así no le echa la culpa de su adicción a su situación. Ruiz no está conforme con su vida, por lo que buscó ayuda en el programa Teen Challenge. Logró rehabilitrse temporalmente, pero tuvo una recaída: "la peor de todas", comentó.
Cuando regresó al lugar que frecuentaba le volvieron a ofrecer droga y la tomó, y hasta ahora sigue consumiéndola. "Una vez hasta vendí mi guitarra para comprar más droga", reconoció. "Después compré una gruitarrita vieja y ella me acompaña ahora".
Durante toda la entrevista insistía en que quería ayuda. "Quiero salir de esto", repetía.
"No quiero andar toda mi vida por allí como un mendigo, quisiera volver a tener una vida decorosa".
Dijo que "mi urgencia más notoria es conseguir una nueva guitarra, porque la que tengo ya no suena bien y solo tiene cinco cuerdas. Necesito que me ayuden a conseguir una nueva" replicó.


LA MUSICA ME AYUDA A MANTENER LA LUCIDEZ


Orlando Ruiz sabe que de un momento a otro puede perder la razón y quedar vagando, quizá medio desnudo, como los piedreros que se ven por las calles. Eso lo aterroriza.
"También necesito salir de esto, antes que me consuma, que me impida pensar bien. Mi único apoyo ha sido la música".

"Canto a todas horas, cada momento que puedo lo uso para practicar con mi guitarra y mis canciones, porque se que mientras más tiempo paso ocupado con mi música, dedico menos tiempo a las drogas", sostuvo.
Y así se debate Orlando Ruiz, entre la música y la droga. Es una lucha de la cual depende su vida y que no tiene un ganador definitivo. Él sabe que la "piedra" le lleva ventaja, pero no pierde la esperanza de salir de su vicio y reconquistar algo de esa fama y éxito que el vicio le arrebató.

El barrio de los campeones

Beisbolistas, boxeadores y futbolistas de fama mundial han salido de Puerto Caimito.

Algunos caimiteños creen que la harina de pescado suelta nutrientes que flotan en el ambiente y que los hace muy buenos atletas.

Jean Marcel Chéry

Para los niños de Puerto Caimito, su barrio es un inmenso polideportivo. Las casas, árboles y los autos que transitan estorban. Están ubicados en medio de sus imaginarias canchas de fútbol, cuadriláteros de boxeo y diamantes de béisbol. Pero esas pequeñas incomodidades no les impiden jugar a sus anchas y saborear sus ficticios momentos de gloria.
Ni siquiera un aguacero de mayo suspendió el simulado combate entre Wilmer, de 12 años, y su primo Leonardo, de 11. Ambos descalzos y de apellido Rivera. Ninguno llega a 80 libras, pero ya lanzan golpes como los campeones de boxeo que sueñan llegar a ser. No sería raro que lo alcanzaran. Puerto Caimito -un corregimiento costero de 95 años, fundado por darienitas y colombianos- es un criadero de deportistas de fama mundial.
La pelea la hacían a la entrada de la calle José María Castañón, justo sobre un charco y frente a la casa de crianza de Rubén Rivera, jonronero de los Piratas de Campeche, del béisbol mexicano. Allí, Rubén -primo de Mariano- juega una temporada de transición, antes de gestionar su retorno a la carpa grande. Uno de los pequeños púgiles, Wilmer, es hijo del ex grandes ligas. Al menos eso dice su madre, Itzel Escudero, que vive al lado de la casa donde creció Rubén Rivera.
Itzel, sin embargo, no está del todo feliz con el espíritu deportivo de Puerto Caimito. Reclama que Rubén, hace mucho, “no le da ni un real a su hijo. No sabe si come o no come”, reprocha.


EL NIDO DE ‘EL LOCO’


Aunque una calle con el nombre José María Castañón puede evocar una imponente carretera, realmente es un ancho camino de tierra y piedras. Al final de la rústica vía hay toda una cuadra de casas sobre pilotes de un metro de altura, que deja saber las precauciones a tomar cuando se vive junto al mar. Por los resquicios de entre los tablones de las paredes se puede echar un vistazo al interior: comedor, cocina y dormitorio en una sola pieza. En una de esas casas sobre troncos vive Anaika Camargo, quien presenta a su hija Aillen, de cinco años, como la hija de El Loco Mosquera. Según Anaika, el rancho, de apenas unos ocho metros cuadrados, es el nido de amor de ella y el nuevo campeón súper pluma de la AMB. “Pero si preguntas allá -dice Anaika señalando la casa de Mosquera, a 20 metros de la suya- te dicen que la niña no es su hija”. En efecto, así sucede. Allá todos dicen que la pequeña es hijastra de Mosquera.
Daysi, hermana menor del campeón, jura que “El Loco” solo tiene tres hijos, con tres mujeres diferentes: una de Darién, otra de San Miguelito y la otra del centro de La Chorrera. La hija de Anaika no está entre ellos...
Daysi aún recuerda cuando “El Loco” fabricaba guantes con trozos de polifom y salía a retar a cualquiera de la gavilla del barrio. La mamá de Mosquera, Andrea, no estaba en casa el mediodía del pasado martes. En ese momento compartía con su hijo, “El Loco”, el homenaje que el presidente, Martín Torrijos, le hacía en el Palacio de las Garzas, junto con Roberto La Araña Vásquez, otro recién coronado campeón del mundo (pero no caimiteño).

PAZ ENTRE ATLETAS


En Puerto Caimito, sin embargo, hay más que historias de triunfos deportivos y paternidades imprecisas. Allí también se encuentran historias de riñas y reconciliaciones que -otra vez, la casualidad- tiene a los deportistas del pueblo como protagonistas. Andrea, la madre de “El Loco”, sabía que su hijo andaba por Nueva York, allá por Estados Unidos, y que el sábado 30 de abril buscaría un título mundial de boxeo en un coliseo llamado Madison Square Garden. Aunque no había forma de ver el combate “en vivo”, pues no fue transmitido por televisión a Panamá, Andrea se enteró del resultado minutos después de la decisión de los jueces en Nueva York. El mensajero de la buena nueva fue Manuel Garcés, padre del titular delantero de la selección absoluta de fútbol José Luis 'El Pistolero' Garcés, quien -por sus problemas con la justicia- perdió un fichaje con el Deportivo Independiente Medellín (DIM), de la primera división colombiana. Era avanzada la noche del sábado. La mamá de “El Loco” caminaba por la calle principal de Puerto Caimito, frente a la casa donde “El Pistolero” Garcés vivió su infancia, cuando el papá del futbolista le gritó: “¡Andrea, felicidades, su hijo es campeón!”.
El papá de los Garcés había escuchado la noticia durante la transmisión del juego de fútbol entre Panamá y Colombia del recién concluido mundialito sub 20. Como se ven las cosas, parece que las heridas entre los Garcés y los Mosquera han cicatrizado.
La fricción entre las familias comenzó hace dos años, cuando “El Pistolero” Garcés baleó en la pierna derecha a “El Loco”, herida que lo mantuvo ocho meses fuera del ring.


ALGO EN EL AMBIENTE


Pero, ¿por qué de Puerto Caimito salen tantos deportistas? Nadie en el barrio puede explicarlo. Por lo menos, no en serio. “Es algo en el ambiente”, dice un grupo de caimiteños reunidos en la plaza del puerto. Uno de ellos va más lejos, incluso. Explica que en el aire flotan los nutrientes provenientes de la harina de pescado que procesa la industria Promarina S.A., que opera allí desde 1955. “Aunque hiede, te fortalece todo el sistema respiratorio”, dice casi convenciéndose a sí mismo. Desconocido hasta hace poco, ahora el pueblo tiene esa fama casual que le han otorgado sus deportistas. En la junta comunal, la secretaria hace su propio inventario de “glorias”. Habla de algunos famosos y otros olvidados por la historia deportiva, como Manuel Girón y su sobrino, Edilberto, quienes -según ella- fueron firmados por la organización de los Piratas de Pittsburgh en la década de los 70 y del 90, respectivamente. Una de las paredes del lugar está ocupada con fotografías de esos “colosos”. Otro de los lugareños reunido en la plaza cuenta que allí se aprende a nadar antes que a caminar, y que por ello la musculatura se desarrolla temprano. “Nada más mira el ejemplo de Mariano [Rivera]”. Lo cuenta porque Mariano tuvo como patio trasero, durante toda su infancia, la orilla del mar. Allí, en la arena, el cuatro veces campeón de la Serie Mundial convertía los cartones de las cajetas en manillas. “¿Dime si correr en la arena no te pone las piernas strong?” pregunta un adolescente entrometido en la charla. La casa de Mariano Rivera, por cierto, está ubicada a 200 metros de la vivienda de los Garcés. Hoy, en esa primera casa de Mariano vive su tío Marcos Rivera, un pescador que prefirió no entablar diálogo. La segunda casa del cerrador estelar de los Yanquis de Nueva York -la mansión que se construyó en Puerto Caimito con el dinero ganado en su carrera- está ahora mismo en venta. Al caer la tarde frente a la casa de Marcos, los niños que jugaban al boxeo hace unas horas habían cambiado de disciplina deportiva. Corren detrás de un balón de fut. Entre ellos, Wilmer y sus compinches. Tienen un partido el domingo. Su equipo: “Las promesas”.

Una meada real

Jean Marcel Chéry

El Rey de España salió apresurado del salón Contadora de Atlapa donde él, el primer ministro de Portugal y los jefes de Estado de Iberoamérica debatían sobre el futuro de la niñez. Una batería de reporteros locales se acercó al monarca y lo siguió. ¿Qué se le pregunta a un Rey?, dijo un periodista al resto de colegas que cubríamos la X Cumbre de Jefes de Estados. Nadie respondió.
Un reportero gráfico encandiló al Rey, con la lámpara de su cámara. Con un ademán, Juan Carlos de Borbón pidió al camarógrafo que apagara la luz de su aparato. Al parecer, el camarógrafo no entendió las señas. Su Majestad caminó hacia el tipo de la cámara y gritó: "¿Podés apagar eso?". Siguió su recorrido con un paso más rápido, sus rodillas parecían chocarse entre sí.

Llegó al cubículo de la delegación española y le habló al oído a un paisano. Sus acompañantes lo condujeron hacia un baño utilizado regularmente por empleados del centro de convenciones. Dos minutos después salió del cuartito. Se le veía más calmado, más liviano, ya no tenía prisa. Regresó al salón Contadora, para seguir escuchando la intervención del presidente costarricense, Miguel Angel Rodríguez.

Cristobalina, 23 años sirviendo al público

En la oficina de Trabajo Social de Parque Lefevre hay mucho más que relaciones de trabajo

JEAN MARCEL CHERY

En sus 23 años al servicio del Centro de Trabajo Social de Parque Lefevre, Cristobalina hizo cientos de informes de entrega de frazadas y colchones para damnificados de fuegos e inundaciones, notas de compra de ataúdes para deudos, diagnósticos sociales de parejas en pugna, que muchas veces incluyeron litigio de bienes y separación de cuerpos. Trabajó de lunes a viernes, y uno que otro sábado, para el Municipio de Panamá, sin descanso y sin remuneración.
Por suerte es una máquina de escribir Olimpia, que no reclama aumento salarial, inclusión en la carrera administrativa, vacaciones acumuladas ni décimo tercer mes.
Su fiel compañera, la secretaria del Centro de Trabajo Social Municipal, Sandra De Gracia, la utilizó desde el primer día de trabajo en esa oficina de Parque Lefevre, por el año de 1981.
Pese a su mecánica diligencia, Cristobalina -como Sandra la bautizó, poco después de conocerla- fue reemplazada hace dos años. Una máquina eléctrica Brother, con pantalla y cinta correctora, la obligó a un retiro relativo.
"Mi Cristobalina no es una máquina cualquiera, es mi compañera... mi amiga y hasta mi confidente", comentó Sandra, mientras reparaba en el desgaste de sus teclas.
El mimado artefacto de trabajo ha sido testigo del arduo trabajo de Sandra, quien junto a su jefa, Elidia Cubilla, da de comer a los indigentes de Parque Lefevre cada miércoles.
Sobre el rodillo de Cristobalina, Sandra apunta cada ayuda que el municipio otorga a los residentes de Parque Lefevre, cuando son víctimas de siniestros.
Aunque en la oficina hay aire acondicionado, casi siempre está apagado. La empleada municipal prefiere mantener la puerta abierta para recibir atenta al que se presenta a pedir ayuda a la oficina de trabajo social, ubicada en Calle Sexta, Parque Lefevre, atrás de la piscina y junto a la biblioteca.
El departamento de Trabajo Social oficialmente no entrega ayudas en efectivo, pero nunca falta quien se presente a la oficina de Sandra con el propósito de completar para "un pasaje", el tanque de gas o "la leche de los pelaos". Pocas veces salen sin respuesta. El efectivo sale de los bolsillos de las funcionarias.
El día que no hay, por lo menos se llevan un buen consejo de Sandra, quien estudió hasta el quinto año de psicología.
Con la complicidad de Sandra, Cristobalina muchas veces sirvió para pasar las tareas de más de un chiquillo que no tenía cómo hacerla en casa.
Pero el espacio de la mesita que Cristobalina ocupó más de 20 años, ahora es para la máquina eléctrica sin identidad, sin nombre y sin el cariño de Sandra. La Olimpia quedó relegada, fue ubicada sobre el archivador. Pero sin funda, porque Sandra recurre a ella cuando la moderna Brother "no me acompaña".
Eso ocurre cuando debe preparar amplios cuadros tabulados. El carro grande de Cristobalina permite colocar páginas ocho y medio por 13, a lo largo. En la nueva, solo tiene espacio para colocar hojas de 11 pulgadas de largo. Además, solo apunta la "ñ" en mayúscula, protestó la funcionaria.
Como ya tiene 54 años, Sandra ya piensa en la jubilación. Pero no quiere irse sola. Tiene pensado remitir una carta a sus jefes, para pedir, en donación, a su compinche, Cristobalina. Antes de que el viejo artefacto termine en un basurero, la secretaria quiere pasar su retiro, junto a su compañera, su amiga, su confidente.